Hoy vengo a descansar en Ti Papá. Hoy vengo a pedirte una cosa, una sola cosa: que me enseñes a cargar mi cruz con la misma confianza en el Padre con la que Tú cargaste la tuya. No sé cómo se hace, no tengo ni idea de cómo se deja de sufrir ni de cómo se supera el dolor que todavía supura en el corazón. No sé qué paso dar primero, ni sé muy bien hacia dónde me dirijo; me siento perdida y necesitada de Ti y sentirme así, aunque no lo haya visto hasta ahora, es un regalo porque a través de mis grietas se filtra Tu luz. Sentirme pequeña, débil, vulnerable… sentirme tan sedienta de Ti que ni toda el agua del mundo podría saciarme. Y es que quizá esta sea la cuestión… dejar de pedirte que apartes de mí el sufrimiento y empezar a postrarme ante Ti para que me ayudes a abrazarlo y a vivirlo con sentido. Me rindo Jesús, ya no quiero entender nada; ni quiero ni puedo, porque se me escapa. Tu lógica se me escapa. Hoy dejo de nadar a contracorriente y me subo a Tu barca, esa barca que me llevará a la otra orilla, a una nueva vida, a una vida contigo. Hoy solo quiero pedirte que mi respuesta a Tu voluntad siempre sea un “sí”, un SÍ en mayúsculas, y que me guíes cuando llegue el momento de discernir. Parece imposible, y probablemente para muchos lo sea, pero hoy te entrego mi vida, todo lo que soy, lo que fui y lo que anhelo ser algún día para que me moldees según Tus deseos. Hoy me abandono a Tu misericordia, que sé que es infinita, y te pido la gracia de la conversión diaria. Quiero buscarte a cada instante porque si me pongo en camino Tú saldrás a mi encuentro y nos fundiremos en un abrazo eterno. Sé que eres fiel, que jamás permitirás que sea tentada por encima de mis fuerzas, pero dame Tu fuerza redentora porque sola no puedo, sin Ti nada puedo.

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